UN GIRO DE TIMÓN EN “EL PAÍS”
Por Pedro Pablo Aguilera
¿La causa oficial? Un cambio
estratégico hacia la transformación digital y la internacionalización. ¿La
causa real? Como en las mejores novelas políticas, permanece en una zona gris,
con más capas que un informe de inteligencia y menos claridad que una reunión
de accionistas. Lo cierto es que el consejo de administración —ese órgano tan
difuso como decisivo— movió ficha. Y lo hizo con la precisión quirúrgica de
quien no deja rastros de sangre.
Durante su mandato, Pepa Bueno no
fue tibia. No bailó al compás de la equidistancia posmoderna ni susurró
eufemismos cuando el discurso se tensaba. Denunció la mentira como práctica
política, se plantó contra la desinformación con una tenacidad más propia de un
fiscal que de una directora editorial, y tuvo la osadía —bendita osadía— de
llamar a las cosas por su nombre en un ecosistema donde el eufemismo se ha
convertido en moneda corriente.
Su intervención en los Premios
Ortega y Gasset de este mismo año fue un grito, elegante pero firme, contra el
“mercadeo de la mentira”. Un discurso que aplaudieron los defensores de la
verdad, pero que, probablemente, incomodó a quienes prefieren las aguas quietas
del status quo. Porque en la España de hoy, denunciar el populismo —de
cualquier signo— no es heroico: es peligroso.
Pepa Bueno, para decirlo sin
rodeos, fue más periodista que gestora. Y ahí, quizás, radica su “pecado”.
La llegada de Jan Martínez Ahrens, en cambio, se presenta como una apuesta de continuidad... con matices. Su currículum impresiona: ha caminado la historia reciente con la libreta en mano. Desde las trincheras del periodismo internacional hasta la dirección de "El País América", su trayectoria es irreprochable. Pero el desafío ahora no es cubrir guerras ajenas, sino navegar las turbulencias de una redacción dividida, un mercado convulso y una opinión pública cada vez más desconfiada.
Martínez Ahrens ha sido definido
como un hombre “de la casa”. Lo cual, en el argot empresarial, suena a
pragmatismo. En un medio que busca adaptarse al nuevo orden digital sin perder
el alma en el intento, su perfil parece garantizar una transformación controlada.
Sin grandes sacudidas, sin discursos incendiarios. Quizás, con menos riesgo.
Pero también con menos fricción.
La ironía es que en tiempos de
crisis democrática, el periodismo necesita menos gerentes y más incómodos.
Necesita voces que rompan la armonía artificial de los consensos editoriales,
que se atrevan a señalar la podredumbre detrás de las buenas formas. Pepa Bueno
encarnaba ese papel: el de la directora que no se limitaba a encauzar el
periódico, sino que lo interpretaba como una responsabilidad histórica. Como un
contrapoder.
Pero el mundo empresarial no
siempre premia la integridad incómoda. A veces, prefiere la serenidad del
tecnócrata, el que optimiza métricas, reduce fricciones internas y no alborota
demasiado el gallinero del poder. Es decir, elige el silencio funcional sobre
la coherencia disruptiva.
¿Es esto el fin de una era? Puede
ser. Pero también podría ser el inicio de una nueva forma de entender la
dirección periodística: una que no solo se pregunte "qué se dice", sino "por
qué ya no se dice". Porque en el fondo, cada movimiento en una cabecera como "El País" no solo revela una decisión editorial: dibuja, con tinta invisible,
el mapa del poder en una sociedad que se dice libre, pero donde muchas veces la
verdad necesita permiso para hablar.
El futuro está por escribirse.