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UN GIRO DE TIMÓN EN “EL PAÍS”

 Por Pedro Pablo Aguilera

 La noticia cayó como suelen caer las verdades en tiempos de cinismo: entre titulares asépticos, murmullos de pasillo y una sensación de déjà vu. El 4 de junio de 2025, “El País”, buque insignia del periodismo español —y durante décadas brújula moral para vastos sectores de la opinión pública iberoamericana— destituyó a su directora, Pepa Bueno. El gesto fue seco, formal y de guante blanco, pero el estruendo fue ensordecedor. No por inesperado, sino porque llegó cuando más urgente era su permanencia.

¿La causa oficial? Un cambio estratégico hacia la transformación digital y la internacionalización. ¿La causa real? Como en las mejores novelas políticas, permanece en una zona gris, con más capas que un informe de inteligencia y menos claridad que una reunión de accionistas. Lo cierto es que el consejo de administración —ese órgano tan difuso como decisivo— movió ficha. Y lo hizo con la precisión quirúrgica de quien no deja rastros de sangre.

Durante su mandato, Pepa Bueno no fue tibia. No bailó al compás de la equidistancia posmoderna ni susurró eufemismos cuando el discurso se tensaba. Denunció la mentira como práctica política, se plantó contra la desinformación con una tenacidad más propia de un fiscal que de una directora editorial, y tuvo la osadía —bendita osadía— de llamar a las cosas por su nombre en un ecosistema donde el eufemismo se ha convertido en moneda corriente.

Su intervención en los Premios Ortega y Gasset de este mismo año fue un grito, elegante pero firme, contra el “mercadeo de la mentira”. Un discurso que aplaudieron los defensores de la verdad, pero que, probablemente, incomodó a quienes prefieren las aguas quietas del status quo. Porque en la España de hoy, denunciar el populismo —de cualquier signo— no es heroico: es peligroso.

Pepa Bueno, para decirlo sin rodeos, fue más periodista que gestora. Y ahí, quizás, radica su “pecado”.


La llegada de Jan Martínez Ahrens, en cambio, se presenta como una apuesta de continuidad... con matices. Su currículum impresiona: ha caminado la historia reciente con la libreta en mano. Desde las trincheras del periodismo internacional hasta la dirección de "El País América", su trayectoria es irreprochable. Pero el desafío ahora no es cubrir guerras ajenas, sino navegar las turbulencias de una redacción dividida, un mercado convulso y una opinión pública cada vez más desconfiada.

Martínez Ahrens ha sido definido como un hombre “de la casa”. Lo cual, en el argot empresarial, suena a pragmatismo. En un medio que busca adaptarse al nuevo orden digital sin perder el alma en el intento, su perfil parece garantizar una transformación controlada. Sin grandes sacudidas, sin discursos incendiarios. Quizás, con menos riesgo. Pero también con menos fricción.

La ironía es que en tiempos de crisis democrática, el periodismo necesita menos gerentes y más incómodos. Necesita voces que rompan la armonía artificial de los consensos editoriales, que se atrevan a señalar la podredumbre detrás de las buenas formas. Pepa Bueno encarnaba ese papel: el de la directora que no se limitaba a encauzar el periódico, sino que lo interpretaba como una responsabilidad histórica. Como un contrapoder.

Pero el mundo empresarial no siempre premia la integridad incómoda. A veces, prefiere la serenidad del tecnócrata, el que optimiza métricas, reduce fricciones internas y no alborota demasiado el gallinero del poder. Es decir, elige el silencio funcional sobre la coherencia disruptiva.

¿Es esto el fin de una era? Puede ser. Pero también podría ser el inicio de una nueva forma de entender la dirección periodística: una que no solo se pregunte "qué se dice", sino "por qué ya no se dice". Porque en el fondo, cada movimiento en una cabecera como "El País" no solo revela una decisión editorial: dibuja, con tinta invisible, el mapa del poder en una sociedad que se dice libre, pero donde muchas veces la verdad necesita permiso para hablar.

El futuro está por escribirse.