UNA ALOCUCIÓN EN LLAMAS
Por Pedro Pablo Aguilera
Anoche asistí —aunque sin
invitación ni entusiasmo— a lo que solo puedo describir como una alocución
insólita, teatral hasta la médula. El contexto: el atentado contra el senador y
precandidato Miguel Uribe. La expectativa: una intervención serena, informativa,
presidencial. La realidad: un monólogo errante que oscilaba entre la tragedia
griega y la clase de literatura mística. El protagonista: Gustavo Petro,
presidente y, por momentos, presume de “poeta”.
Desde el primer minuto, el discurso parecía una culebra empapada en aceite: imposible de agarrar por la lógica. Petro comenzó relatando los hechos —el ataque, la captura del joven implicado— pero pronto derivó en meditaciones sobre la historia nacional, las emociones humanas, el fuego de las hogueras simbólicas. Era como si el atentado hubiese sido solo una excusa para encender la maquinaria “lírica barroca” del mandatario.
Desde una mirada crítica, más que un discurso, lo que presenciamos fue una narrativa personalista, egocéntrica. La figura presidencial eclipsó a la víctima real, y el intento de asesinato quedó reducido a escenografía. Mientras Uribe era operado en la clínica, Petro se erguía en la luz, como si cada amenaza contra otro fuera también, inevitablemente, una amenaza contra él.
Esta estrategia no es inocente.
Al reforzar la narrativa del líder asediado, Petro blinda su imagen con la
armadura de la historia: la del perseguido, el que sobrevive, el que entiende
el dolor del pueblo porque lo lleva inscrito en la piel. Pero al hacerlo,
desplaza el foco del hecho concreto y convierte una situación alarmante en una
pieza más de su drama personal.
El riesgo es evidente: el público, necesitado de claridad, recibe símbolos. La víctima, que espera solidaridad, recibe una confusa “poesía dadaísta”. Y la verdad, como en todo buen acto de ilusionismo, se disuelve entre los aplausos o los silbidos, según el bando.
Lo que debía ser una respuesta firme y empática se transformó en un espectáculo de introspección presidencial. Una tragedia real fue convertida en materia prima para una obra simbólica. Y nosotros, los espectadores, quedamos atrapados entre el asombro y el desconcierto, preguntándonos si presenciamos una alocución o un capítulo de “Yo Claudio” de Robert Graves
En fin, la política colombiana parece cada vez más un escenario shakesperiano: traiciones, atentados, monólogos intensos y, sobre todo, protagonistas obsesionados con su papel en la historia. ¿La próxima alocución que nos deparará ?